(un regalo de mi amigo Dain)
Nos ahogaríamos en nuestro pataleo sin sentido, si no fuera por nuestros salvavidas, a los cuales la mayoría se aferra como bestias irracionales. Desesperados siguen pataleando abrazados de su sustento, esperando quizás, que por los azares del destino, la benevolencia, la persistencia, la disciplina o simplemente la lógica; lleguen alguna vez a una playa de arenas blancas y aguas paradisíacas donde alcanzar el merecido descanso. Cuando estamos nadando frenéticamente, olvidamos ver a que nos aferramos y solo nos preocupamos de mantenernos a flote, locos por mantener la vida y llegar a nuestra isla prometida. En un naufragio, quizás nos aferrariamos a los cadáveres de nuestros compañeros ahogados, sin siquiera mirar sus caras lívidas. Somos ciegos ante nuestra esperanza de vivir y nos preocupamos más en el hecho de vivir y no en el de como vivir. Nos subimos en la única madera a flote, nadando sin mirar atrás, sin ver a los que han caído y a los que están por caer, con nuestra mirada fija y obsesiva, clavada en el horizonte, donde las playas de arenas blancas nos esperan.
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